«La mente del poder», de Nicolás Mellino y Pablo Flores
Entre el drama psicológico y el thriller político intenta moverse LA MENTE DEL PODER, la serie protagonizada por Diego Velázquez y Mike Amigorena, como un psicólogo y el presidente al que atiende. Marcos Dorrego (Velázquez) es aquí el verdadero protagonista, un hombre perturbado por algunos hechos del pasado que se van revelando lentamente pero que lo dejaron hecho una sombra humana. Bebe, toma pastillas, tiene una complicada relación con su hija Sofía (Antonia Bengoechea) –que es militante de izquierdaa, bisexual y de edad universitaria– y, encima todo eso, tiene que tolerar al presidente en tediosas sesiones de terapia a cualquier hora del día.
Encarnado como alguien que tiene la cabeza un poco en las nubes (o será que Amigorena siempre parece estar así), el recién llegado al poder Victor Noriega es un presidente que, casualidad o no, tiene bastantes puntos en común con Javier Milei. Liberal, cercano a las empresas y en oposición al progresismo, Noriega tiene como grandes “confidentes” a su esposa (Eleonora Wexler) y a un joven ambicioso que maneja su gabinete (Michel Noher). Y su principal conflicto con la sociedad pasa por su intención de privatizar todo lo que esté a su alcance. En la trama de la serie el eje pasa por el litio, el “oro blanco”, ese ambientalmente problemático recurso natural que tiene la Argentina y que no solo piensan extraer sin cuidado alguno, sino que su plan es prácticamente regalárselo a las empresas extranjeras.
Es cierto que muchas costumbres y modos del gobierno actual son previsibles y pueden acomodarse a muchos otros, especialmente de centro derecha (si se toman en cuenta los lineamientos de gestión que acá se mencionan), pero por momentos las similitudes son sorprendentes. Uno asume que la serie se escribió antes del gobierno de Milei y probablemente también se filmó hace varios meses, pero parece seguir bastante de cerca la actualidad, incluyendo los conflictos del presidente con su padre, con el que se llevó siempre muy mal. Quizás la mayor diferencia es que, en la vida real, los activistas universitarios preocupados por el medio ambiente no están entre los principales conflictos políticos nacionales. En la Argentina, de hecho, ni liberales ni progresistas parecen demasiado preocupados por el tema, lamentablemente.
Más allá de eso –y de otros conflictos políticos de fondo, muchos ligados a las internas palaciegas de Noriega–, LA MENTE DEL PODER pone su eje en Dorrego, el psicólogo, que en un momento decide dejar de analizar al presidente y tomar cierta distancia de él para poder mejorar su cara de despojo humano, reencontrarse con su hija, dejar el alcohol y las pastillas, su ruta. Lo cierto es que, como dicen en EL PADRINO 3, justo cuando quiere salir, lo vuelven a meter. Es que una paciente suya de origen francés, Laurent (interpretada por Elena Roger) resulta ser en realidad algún tipo de agente secreta o punta de lanza de algún grupo que intenta acercarse al Presidente, vaya uno a saber con qué planes. Es así que Dorrego termina presionado, en modo chantaje, para volver a acercarse al presidente justo cuando había logrado sacárselo de su agenda. La diferencia es que, si lo hace, más que psicólogo funcionará como doble agente de algún tipo de enemigo.
Esa es la propuesta básica que queda presentada en los primeros episodios de la serie creada por Nicolás Mellino y Pablo Flores, y dirigida por Mariano Hueter, que se verá por TNT, Flow y Max. Es una serie que, si bien observa con cercanía muchos de los hechos políticos relevantes de la actualidad, lo hace de una manera bastante lineal, con diálogos explicativos que suenan poco creíbles en la boca de cualquier actor. Por momentos da la impresión que acá hay un esforzado grupo de actores esperando que nos creamos que son políticos importantes y personas de poder pero salvo excepciones –Wexler vende muy bien su lado “Lady Macbeth” y, pese a todo lo que lo hacen transpirar, Velázquez sale más o menos bien parado de líneas de diálogo imposibles de decir–, todo se siente un poco torpe, simplista, sin demasiado oído para transmitir la manera en la que este tipo de personas hablan en la realidad.
Esos textos y cierta lentitud en el tempo atentan contra la efectividad de una serie que pone el ojo en el lugar correcto, que husmea la manera en la que los poderosos parecen ser más empleados de los grandes empresarios que de la gente del país que conducen, los hayan votado o no. Amigorena es un actor un tanto extraño y de elecciones interpretativas curiosas como para que uno logre comprender qué le pasa al personaje y menos aún empatizar con él, pero quizás ese sea el punto. Los presidentes –-el actual de la Argentina, pero todos los anteriores también– son tipos que parecen vivir en su propia pecera, como si le hablaran a un imaginario espectador/ciudadano que está flotando en el aire. Y esa desconexión entre Amigorena y el resto de los actores de la serie quizás termine siendo, casualmente o no, un buen reflejo de la desconexión entre los políticos poderosos y el resto de las personas. Ellos están en su propio planeta y el mundo real les resulta un mal con el que tienen, a su pesar, que lidiar todos los días
Es una de las mejores series argentinas de los últimos tiempos. Es amena de ver. En un fin de semana la maratoneas
Por: Loli Belotti