Día Mundial de la Salud Mental.

Mirar hondo para entender, acompañar y transformar

ACTUALIDAD10/10/2025LateLate
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El 10 de octubre nos convoca una urgencia silenciosa: la salud mental ya no puede seguir siendo un asunto privado ni secundario en la agenda de salud pública. Entre cifras que muestran la magnitud del problema y testimonios que revelan el dolor cotidiano, la invitación es a escuchar sin juzgar, invertir sin excusas y construir redes que sostengan la vida.

Una crisis global que se volvió cotidiana

Más de 1.000 millones de personas en el mundo conviven hoy con algún trastorno mental —principalmente ansiedad y depresión—, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Sin embargo, la mayoría no recibe una atención eficaz.
“Transformar los servicios de salud mental es uno de los desafíos más urgentes de salud pública”, advirtió el Director General de la OMS al presentar los últimos informes. El mensaje es contundente: sin inversión sostenida, las consecuencias humanas y económicas seguirán aumentando.

En Argentina, la situación tampoco es alentadora. Estudios epidemiológicos estiman que el 29% de los adultos ha atravesado en algún momento de su vida un trastorno mental, siendo la depresión mayor, los trastornos por consumo de alcohol y las fobias específicas los más frecuentes. Se trata de un país donde la enfermedad mental atraviesa a casi un tercio de la población.

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El costo invisible de esa realidad se refleja también en los suicidios: en 2022 se registraron 3.382 muertes por esta causa, lo que representa una tasa de 7,2 por cada 100.000 habitantes, según datos oficiales. El impacto es particularmente grave entre adolescentes y jóvenes adultos, un grupo donde la desesperanza suele encontrar menos redes de contención.

Y aun así, algo empieza a moverse. Una encuesta reciente reveló que el 82% de los argentinos considera que la salud mental es tan importante como la física, una cifra superior al promedio global. El desafío es transformar esa conciencia social en políticas efectivas y accesibles.


Lo que los números no dicen

Las cifras ordenan la magnitud del problema, pero no alcanzan para comprender el sufrimiento.
Detrás de cada diagnóstico hay historias atravesadas por la precariedad laboral, la violencia, la soledad o la desigualdad. Los factores sociales —desempleo, discriminación, deudas, desarraigo— se entrelazan con los personales —trauma, adicciones, enfermedades crónicas— y con un sistema de salud que, muchas veces, llega tarde o no llega.

El problema no es solo clínico: es político y cultural.
En muchos casos, la atención es tardía, fragmentada o excesivamente medicalizada. En otros, directamente inexistente. Hay una brecha dolorosa entre lo que la ciencia sabe que funciona —psicoterapias, intervenciones comunitarias, prevención en escuelas y entornos laborales— y lo que efectivamente se aplica.

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Tres fracturas que piden reparación

1. Acceso desigual a la atención: la infraestructura pública está subfinanciada y la privada resulta inalcanzable para amplios sectores. La mayoría de las personas con trastornos mentales no recibe un tratamiento adecuado.


2. Estigma y silencio: aunque crece la conciencia sobre la importancia de la salud mental, persisten los prejuicios y el miedo a ser juzgado, lo que retrasa la búsqueda de ayuda.


3. Políticas y prioridades en tensión: los recortes presupuestarios, la falta de programas comunitarios y la discontinuidad de políticas públicas agravan la vulnerabilidad. Los expertos recuerdan que las decisiones estatales tienen efectos concretos sobre el acceso y la calidad del cuidado.

La deuda de los Estados y la responsabilidad colectiva

Las prioridades deberían estar claras: financiamiento sostenido, equipos interdisciplinarios formados y retenidos, protocolos de atención en crisis, campañas sostenidas contra el estigma y educación emocional en las escuelas.

Pero también hay algo que no depende del presupuesto: el compromiso comunitario.
Preguntar “¿cómo estás?” y esperar la respuesta, acompañar sin minimizar el dolor, ayudar a otros a encontrar atención profesional, sostener a familiares y amigos, son gestos sencillos que pueden salvar una vida.


“Invertir en salud mental es invertir en personas”

La OMS insiste: “Invertir en salud mental es invertir en personas, comunidades y economías —una inversión que ningún país puede permitirse ignorar”.

En Argentina, el creciente consenso social de que la salud mental importa —ese 82% que la equipara a la salud física— debe transformarse en acción política.
No alcanza con hablar del tema: es necesario garantizar tratamientos accesibles, entornos laborales saludables y políticas que cuiden a los más vulnerables.


Cuidar también es hacer política

El Día Mundial de la Salud Mental no debería ser solo una fecha en el calendario, sino un punto de inflexión.
Frente a la evidencia —estadística, clínica y humana— la pregunta decisiva no es si la salud mental importa, sino qué haremos hoy para que todos puedan acceder a la atención, la protección y las condiciones sociales que sostienen la vida.

Si aceptamos que la salud es integral, entonces debemos poner lo emocional en el centro: prevenir desde la infancia, promover el trabajo digno, facilitar el acceso real a tratamientos y fortalecer redes comunitarias.
Porque cuidar, también, es hacer política.


Por: María Lorena Belotti. Periodista Médica. 

Fuentes:
Organización Mundial de la Salud (OMS), WHO Fact Sheets, Encuesta Ipsos Global Health Service Monitor, Ministerio de Salud de la Nación, Estudios Epidemiológicos en Salud Mental Argentina.

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